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Diario YA


 

BARRA LIBRE y la “Nort American Man-Boy Love Association”

Manuel Parra Celaya. La movida mediática y partidista organizada sobre la imputación de la señora Mónica Oltra por tapar, presuntamente, las actividades de su exmarido con una menor acogida a un centro de la Generalidad valenciana me ha llevado a darle vueltas a otros temas que acaso no guardan relación con el hecho mencionado, pero sí lo rozan tangencialmente por lo menos; relacionando ideas, he echado mano de mis biblioteca y hemeroteca particulares para entresacar algunos datos históricos relativos a un posible “nuevo derecho”, llamado eufemísticamente “intimidad intergeneracional”, vulgo pederastia. Todo ello, por supuesto, sin tratar de vincular a la vicepresidenta valenciana, dimitida o cesada, con estas cuestiones que me han venido a la mente acaso de un modo caprichoso.
    El asunto de ese “nuevo derecho” viene de bastante lejos, concretamente -que yo sepa- desde los epílogos del mayo del 68; así lo decía un artículo de El Mundo (26-II-01): “Algunos intelectuales del 68 abogaron por despenalizar las relaciones con menores”; no se trataba, pues, de camuflar los abusos en el seno de la Iglesia (pues, curiosamente, parece que solo afectan al clero católico y a ninguna otra confesión, profesión o marco social); un manifiesto que recogía esta petición estaba firmado, entre otros, por Jean-Paul Sartre, Michel Foucault, Jacques Derrida, Louis Aragon, Simone de Beauvoir…, según recoge Joaquín Albaicín (“De Viena al Vaticano”.2013).
    Me entero también de que, transcurrido el tiempo, la organización “Nort American Man-Boy Love Association”, integrada en la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales”, consiguió que esta última entidad propusiera “ejercer presión en los gobiernos para abolir la edad de consentimiento legal” y apoyara públicamente “el derecho de las personas jóvenes a una autodeterminación sexual y social” (J. Arsuara: Proyecto Sánchez. 2021).
    Nos puede parecer -a mí, por lo menos, me lo parece- una aberración, pero ni es la única ni descarto que, con los años, se incluyeran propuestas similares como un “derecho de nueva generación”, mediante los procedimientos que se han empleado en otros casos, tales como el aborto o la eutanasia, por no poner más ejemplos.
    La estrategia es bien conocida: un sector ideológico, generalmente autodefinido como “progresista”, lanza la idea a los cuatro vientos, convenientemente arropada con supuestos estudios cientifistas; empieza entonces una intensa campaña mediática a través de prensa, escrita, televisión, radio y redes sociales afines. Ante un presumible escándalo y rechazo de una parte de la población o de algunas instituciones, se echa mano de las “palabras-policía” que denigran o paralizan al oponente: “conservadores”, “ultraconservadores”, “reaccionarios”, “ultraderechistas”, “heteropatriarcales”, “fascistas” …; y se inventa un neologismo que termina irremediablemente con el sufijo “fobia”.
    Se plasma la propuesta en un proyecto legislativo; con un poco de suerte, llega al ámbito parlamentario; allí votan a favor todos aquellos que se acogen a la mencionada autodefinición de progresistas, y votan en contra o se abstienen (más seguro es lo segundo, por miedo a que se les apliquen las temidas palabras-policía) los sectores de la oposición.
    A todo esto, la campaña mediática va in crescendo; se ruedan y publicitan dos o tres películas (subvencionadas, claro), donde se esgrimen casos llenos de sentimiento y de ternura, con el fin de ganar las lágrimas y la opinión favorable del público asistente. Por lógica, el proyecto es elevado a rango de Ley, y ya se cuidarán mucho sucesivos gobiernos de tocar una sola coma del redactado, a riesgo de caer en un anatema social.
    ¿Fantasía? ¿Una distopía que me he fabricado en un momento de enajenación mental? Puede ser. Ojalá sea así, me equivoque de plano y todo quede reducido a actuaciones privadas, como la del exmarido citado, con penalización adecuada a las leyes; deseo de todo corazón que no se utilice, una vez más, esta estrategia para relanzar las propuestas de aquellos intelectuales del 68. Como ha ocurrido en otras cuestiones, más o menos relacionadas.
    Lo cierto es que la barra libre se abrió hace muchos años, en lo político, en lo moral y en todo. Si esgrimimos argumentos de la Verdad (con mayúscula) o de las categorías permanentes de razón, nos responderán seguramente como Habermas en su diálogo de sordos con el cardenal Ratzinger: “Parto de la base de que la Constitución del Estado Liberal tiene la suficiente capacidad para defender su necesidad de legitimación de forma autosuficiente, es decir, recurriendo a existencias cognitivas de un conjunto de argumentos independientes de la tradición religiosa y metafísica”.
    En román paladino, nada de pensamiento prepolítico, nada de esgrimir razones morales, antropológicas y verdades trascendentes, nada de una ética preconcebida; nada que se oponga a la voluntad general expresada en las urnas mediante la elección de unos representantes… Eso sí, previamente acompañada del bombardeo mediático que conforme una opinión publicada, dentro de una estrategia general para que el progresismo imponga nuevos dogmas.
    Confiemos en que, en este presunto caso, no se repita la jugada de otras veces.
 

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