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Diario YA


 

Una película de Paolo Dy

Ignacio de Loyola

Víctor Alvarado

Parece que de un tiempo atrás se están pudiendo ver en todo el mundo más películas con valores, religiosas o de vidas de santos, detalle impensable en otras épocas cercanas. Es una especie de repunte que transmite esperanza. De hecho, del cine español de los últimos años han salido títulos como Pedro Poveda o Luz de Soledad. El caso es que de Extremo Oriente, concretamente de Filipinas, llega Ignacio de Loyola.

La dirección ha correspondido a Paolo Dy que explicó su satisfacción por poder hablar de este santo: “Crecí en una escuela fundada por jesuitas y tenía una gran admiración por San Ignacio. Pero fue solo cuando viajé a España y vi con mis propios ojos los lugares de sus mayores triunfos y tristezas, cuando me di cuenta que la fuerza interior y el fuego de Ignacio nacieron del sol ibérico. En el libro liderazgos heroicos su autor dice que ciertamente, vale la pena ofrecer a todas las personas y, en especial, a los jóvenes la posibilidad de redescubrir la vida de este hombre que cambió el rumbo de occidente”.

Se percibe que esta producción ha contado con los suficientes medios técnicos y humanos como para que pueda funcionar en taquilla. Las batallas están narradas con ritmo, poderío y resultan creíbles, mientras que las escenas de mayor carga dramática muestran la suficiente profundidad para que entendamos este personaje de sobresaliente vida interior sin que uno tenga la sensación de que está hablando con un erudito, alejado de la realidad.

Cuando uno analiza la interpretación del actor español, Andreas Muñoz, uno tiene la sensación de encontrarse verdaderamente con uno de los líderes de la Contrarreforma. No obstante, observamos dos errores de bulto. Uno el del conocido episodio en el que Loyola se confiesa con un soldado al no encontrar confesor durante una batalla, en cambio, en la película aparta a un sacerdote de su lado. El otro fallo importante ha sido el de darle mucho morbo a su encuentro con la Inquisición, pues en realidad fue un episodio muy secundario y poco transcendente en la vida del fundador de los Jesuitas.

Nos ha parecido muy acertada la escena de la prostituta porque explica el sentido de los ejercicios espirituales, creados por San Ignacio de Loyola y por enseñar cómo Jesucristo dignifica la persona para que pueda sentirse amada, sane el alma y logre la felicidad.

Por último, nos quedamos con el párrafo final de la carta de su amor platónico Catalina en el que se entiende que ha comprendido el alto grado de conversión de este hombre que está llamado a una gran misión y que dice lo siguiente: “Conocí un caballero ejemplar que se arrodilló ante mi diciendo que sería un honor morir por mí. A veces, para salvar la vida del otro, lo único necesario es que otra persona vea el valor de tu vida y tu persona. Tú me salvaste la vida. Y tú puede salvar a muchos más como Caballero de Dios. Tú eres Su Luz y Su Fuego. No lo olvides. Que la Nueva Dama, Nuestra Reina del Cielo, te mantenga sano y fuerte y que ella esté contigo, ya que yo no puedo. Siempre tuya, Catalina.”