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Diario YA


 

DE JUBILADOS Y OTRAS COSAS

Las cartas con explosivos caseros enviadas a embajadas y a La Moncloa eran de un jubilado pro soviético

Manuel Parra Celaya. Un nuevo ridículo, que, al parecer, está pasando casi de puntillas o desapercibido para los medios subvencionados y obedientes, y para la inmensa mayoría de los ciudadanos ilusos. Nada de trama del odioso Putin, nada de una conspiración terrorista de largo alcance, con hilos en los medios de inteligencia en conflicto, contra Ucrania y sus valedores, empezando por el anciano Biden. Las cartas con explosivos de elaboración casera que llegaron a varias embajadas (¡y a La Moncloa!) fueron enviadas por un jubilado añorante de los mitos de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cuyo reloj histórico dicen que estaba parado en los tiempos de Lenin o de la Pasionaria.
    Por supuesto, ni entro ni salgo en la psicología ni en las ideas del presunto autor detenido, ni en la rapidez y pericia de las Fuerzas de Seguridad del Estado que han llevado al desenlace del caso, ni en la presunta acusación ante los tribunales por un delito de craso terrorismo; solo comento de pasada que esta celeridad y acierto no tiene paralelo con aquellas otras cartas amenazadoras y pree, tiempo atrás, por afirmar en sus chats que se disponía a matar al Presidente del Gobierno, esto es, al Sr. Sánchez; ignoro en qué ha quedado aquello.
    Lo que me apresuro a declarar públicamente es que, como igualmente jubilado que soy, nunca se me ha ocurrido -ni espero se me ocurrirá en el futuro- amenazar a nadie, ni por escrito ni siquiera de palabra, depositar en un buzón de correos sobres con balas, navajas ensangrentadas con pintura roja, ni, muchísimo menos, fabricar explosivos y enviarlos sin remitente. Deseo larga vida y tranquilidad de cuerpo -ya que no se conciencia- al actual titular que preside el Ejecutivo, y aseguro igualmente que no me han hecho nada los funcionarios de embajadas ni sus respectivos países, aunque esto último debo tomarlo con ciertas reservas.
    Prefiero referirme a aquello de los relojes parados en un punto de la historia, como en este caso el del jubilado burgalés. Por supuesto, no comparto con él ni sus métodos ni la adoración fetichista por los logros del Comunismo, pues más bien me considero heredero ideológico de quienes de aprestaron voluntariamente a combatirlo en sus propio feudo, formando parte de aquella gesta de la División Azul, que -en palabras de un escritor actual- fue la última aventura romántica de España, si bien disiento del adjetivo que pone sus motivos en el romanticismo: en todo caso, fue una empresa teñida de Clasicismo.
    La cuestión es que la historia es pasado, y además irrepetible, y eso lo sabemos cada mañana cuando nos despertamos a un día en que muchas cosas han cambiado con respecto a la noche anterior, cuando nos acostábamos aun con los sobresaltos de la jornada vivida. Ni están ya en el presente Lenin, ni Dolores Ibárruri, ni Stalin, ni Hitler (¿se imaginan el revolvorio mediático si el jubilado en cuestión hubiera guardado reliquias del III Reich?). Ni siquiera está presente aquel comunismo bolchevique ni su oponente el fascismo;  este fue definido por el comunista búlgaro Georgi Dimitrov,  en el Diccionario Filosófico de Mark Moisevich Rosental y Pavel Federovich Indu, de rango oficial en la URSS, como “dictadura terrorista abierta  de los elementos más reaccionarios del capital financiero”, y esta académica definición sigue, no obstante, en el candelero, agitada como señuelo permanente, como forma de motejar a todo adversario, vivo o muerto, por los herederos de aquellos redactores del susodicho Diccionario.
    Estos herederos son aquellos que se acogen a la denominación de Nueva Izquierda neomarxista, llamada también Progresismo Transnacional, que bebió de las fuentes de Lenin, de su corrector Gramsci y de las muy influyentes y sucesivas generaciones de la Escuela de Frankfurt, y son los que, hoy en día, marcan el Pensamiento Único en el mundo. Y eso ya no es, estrictamente hablando, historia pasada, sino actualidad palpitante.
    Ese Neomarxismo sigue con su visión maniquea de opresores y oprimidos, si bien esos términos ya no se refieren a la añeja lucha de clases (salvo las invectivas sanchistas contra los empresarios), sino a una supuesta lucha interminable entre sexos, identidades de género, del hombre versus la Naturaleza, o de etnias discriminadas; es el que promueve, de la mano generosa del Globalismo financiero neocapitalista, la inmigración desatada y tumultuosa, el que cuestiona cualquier forma de convivencia democrática en la que él no adquiera protagonismo, gestión y dirección absoluta;  es el que deconstruye culturas y naciones, el que impone el lenguaje políticamente correcto, para también deconstruir el pensamiento humano de todo bicho viviente. Y todo esto no se basa en recuerdos nostálgicos de la vieja URSS y del socialismo real, el que implosionó por sus propias contradicciones internas.
    En España -laboratorio de pruebas de esos planteamientos- tenemos abundantes ejemplos de esos parámetros ideológicos, muchos de ellos encaramados en el Poder; y no son jubilados, sino activistas en edad de merecer (no digo currantes por no desmerecer la palabra). Estos no envían sobres con explosivos ni amenazas – a no ser a ellos mismos por aquello del victimismo provechoso y rentable-, ni quizás guardan bustos de Lenin o fotos de la Pasionaria, e incluso desconocen la peripecia histórica que vivieron esos personajes; o solo entienden la versión partidista y sectaria de cualquier momento de la historia, anatemizando de antemano cualquier otra versión.
    No son solo nostálgicos de un pasado cerrado, sino activistas en un presente; sus agresiones no acostumbran a ser violentas -aparte de algún escrache que otro-, porque no les hace falta, pero sí dinamitan la propia existencia de España, de toda una tradición cultural europea, y sus sobres de correos más peligrosos son aquellos que van dirigidos, de forma indiscriminada, a esa inmensa mayoría de ciudadanos incautos, que no atinan a vislumbrar dónde está el verdadero peligro.
 

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