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Diario YA


 

LAS RAZONES DE UNA MODA

Lo “políticamente correcto” ha dejado de ser una anécdota

Manuel Parra Celaya. La prohibición como fórmula, el decretazo como arma, la sanción social como ostracismo para los disidentes. Esta es la atmósfera en la que estamos inmersos todos los ciudadanos occidentales y, en concreto, los habitantes de este laboratorio de pruebas del Pensamiento Único y sus Ideologías, que se llama España.
    Una anécdota sin importancia ha suscitado estas líneas: recientemente, fui invitado a un evento (ahora, todo son eventos) que se celebraba en un local cedido por una Administración pública; los convocantes sugirieron, para hacer más amigable y simpática la ocasión, que el acto finalizara con un aperitivo, cuyos componentes prácticos fueran aportados por los asistentes; inmediatamente, la  susodicha Administración avisó, de forma terminante, que de ningún modo se podrían aportar bebidas alcohólicas, incluyendo la cerveza; ha de añadir que todos los posibles asistentes eran adultos y algunos algo más que eso. He aquí como hube de conformarme con un pincho de tortilla de patata acompañado de una limonada…
    Esas prohibiciones -o interdictos- son habituales en instalaciones públicas, sean o no cubiertas. Es señal inequívoca de que nuestros aprendices de legisladores velan piadosamente por nuestra salud física, del mismo modo que he oído que los censores de antaño se cuidaban, con idéntico celo, de la salud espiritual de los ciudadanos.
    Lo “políticamente correcto” ha dejado de ser una anécdota, una chapucilla sin más influjo social, para convertirse en norma de obligado cumplimiento. La esfera política va invadiendo cada vez más el ámbito de lo privado, hasta el punto de que no sabemos si, dentro de poco, nuestros hogares estarán controladas por cámaras de un Gran Hermano fiscalizador de nuestras intimidades; claro que, en realidad, esas cámaras ya vienen siendo las pantallas de los televisores, en las que predomina sin recato la propaganda inmisericorde de ese Pensamiento Único y sus Ideologías, tanto en informativos como en series y en películas de nuevo cuño y subvención generosa, tanto de factura nacional como de otros países. 
    Precisamente, hace pocos días leí un reportaje (ABC, 5-II-23), titulado “Lo que puede estar prohibido dentro de veinte años”; el listado de aspectos vedados o controlados por el Poder superaba cualquier imaginación al respecto; no solo, por supuesto, el vicio o placer de fumar (no así el porro, con su patente progre) o el alcohol o el uso de plásticos; también, la ganadería extensiva y la pesca extractiva, los hábitos alimentarios (impulsando al vegetarianismo o al más de moda veganismo), la conducción de vehículos… y las formas de lenguaje, que deberán adaptarse a la cultura de la cancelación y a las corrientes woke. Menos mal que, en este último aspecto, el profesor Darío Villanueva, ex director de la RAE, incluía una nota optimista, de la que personalmente dudo: “En Europa tenemos anticuerpos muy saludables…”
    Pero vayamos al fondo de la cuestión. La moda de las prohibiciones es más que un capricho de los herederos del prohibido prohibir: delata una carencia de bases sólidas sobre las que construir sociedades verdaderamente democráticas, solidarias y libres; se han impuesto las tesis de unos Estados neoliberales y secularizados -apoyados por las corrientes neomarxistas- sin más verdades previas que las que garanticen las mayorías mediante el consenso; claro que no se tiene en cuenta ni la ingeniería social para alcanzar esto último, ni que “las mayorías pueden ser también ciegas o injustas”.
    Esta última cita es de Joseph Ratzinger, concretamente de 2004, cuando aún era cardenal, y fue pronunciada en el curso de un debate con Jürgen Habermas; frente a la posición de este último, avalador de la autosuficiencia del Estado liberal sin necesidad de echar mano de las tradiciones religiosas y metafísicas, el futuro Papa sostenía la necesidad de mantener como base “los valores permanentes que brotan de la naturaleza del hombre y que, por tanto, son intocables en todos los que participan de dicha naturaleza”. Me imagino que a algún lector le sonará también aquello de “los valores eternos e intangibles del hombre, su dignidad, su libertad y su integridad”…
    Seguía diciendo Ratzinger que, tras la Ilustración y sus derivaciones, “el último elemento que ha quedado del derecho natural son los derechos humanos, los cuales no son comprensibles si no se acepta previamente que el hombre por sí mismo, por su pertenencia a la especie humana, es sujeto de derechos, y su existencia misma es portadora de valores y normas que hay que descubrir, no que inventar”.
    Esos valores y normas que proceden de la naturaleza humana van siendo negados o socavados por el Sistema que nos preside, y, de este modo, se ve en la necesidad de instaurar continuamente códigos estrictos de conducta, con su añadido inevitable de prohibiciones, en afán de normativizar la publico y lo privado; además, su negación u olvido de lo que es la propia naturaleza humana le lleva en muchas ocasiones al camino tortuoso de la aberración.
    Para tener sujetas a las poblaciones, ayunas de valores previos, prepolíticos, tradicionales si se quiere, sin ideales a la vista que no estén mal considerados por el Sistema, el único recurso válido es la prohibición, del mismo modo que a los niños mal educados y rebeldes solo se les solía controlar levantándoles la mano en un amago de bofetada.
    Me conformé en aquel evento mencionado, velis nolis, con degustar un pincho con naranjada, pero de ningún modo permaneceré nunca silencioso ante el consenso que acata, en silencio de rebaño, las normas coercitivas absurdas, con las consiguientes sanciones sociales, ni, mucho menos, la vulneración de mis valores humanos fundamentales, eternos e intangibles.
 

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